Admirada Mary: te conocí
alrededor de 1990, ciento noventa y tres años después de tu muerte. Descubrí el
valor de tu legado y tu vida. Una vida que procuraron ocultar porque no eras un
buen ejemplo. No eras el modelo que deben aprender las niñas, y de eso tú
sabías bastante: de educación. Escribiste tus Reflexiones sobre la educación de las niñas, un libro incómodo,
igual que tú. Fundaste una escuela con ese mismo fin, pero todo en vano, tu
esfuerzo sirvió de poco.
Y con tu vida
dabas ejemplo, fuiste escritora profesional e independiente en el siglo XVIII,
cuando las teorías de Rousseau estaban
vigentes. Decía que “una mujer sabia es un castigo para el
esposo, sus hijos, para todo el mundo”. ¡Seguro que fuiste a París durante la
Revolución solo para reprenderlo! No me extraña, aunque ya había muerto 14 años
antes.
Supongo que tu
carácter luchador y reivindicativo, está moldeado probablemente por las injusticias que viviste en tu casa. Un
padre que dilapidó el patrimonio de la familia, maltratador y borracho, tu hermano Ned, no tan brillante como tú, pero
estudió en un buen colegio. ¡Es todo tan injusto! Y tú tan inteligente y con
ese coraje.
En tu lucha, te distes cuenta que
también había muchos hombres progresistas, que pedían libertad, sufragio
universal. Pero eso..., solo para los hombres.
A pesar de todo supiste
defenderte en la vida ejerciendo los oficios que las mujeres podían realizar:
maestra o institutriz, cualquier cosa era buena con tal de ser
independiente. Ya a los 29 años
comenzaste a vivir de tus escritos, todo un mérito, incluso el círculo
literario de Londres te aceptó y te consiguió un editor que pagara por tus libros.
A pesar de no haber asistido a la
escuela el tiempo necesario, tu ansia de conocimiento no tenía límite. Tu hija
Mary puso en boca de su Frankestein
estas palabras:
¡Qué extraña cosa el conocimiento. Una vez que ha penetrado en la mente, se aferra a ella como la hiedra a la roca.” Te
hubiera gustado conocerla.
Comprometida políticamente en un
mundo cambiante en todos los aspectos, excepto en los derechos de las mujeres,
tuviste la valentía de ponerlos sobre papel, después de escribir Vindicación de los derechos del hombre,
apoyando los ideales de la Revolución Francesa.
Luego pensaste que la libertad o
es para todos o no es para nadie, como decía Condorcet, y escribiste Vindicación de los Derechos de la mujer,
pero pagaste un alto precio: la censura social, la incomprensión y la polémica
se instaló en tu vida.
A esto se unía tu vida amorosa. Como
dama educada en el puritanismo de la época, el sexo era algo indecoroso. Pero
creo que cambiaste de idea en brazos de ese americano que conociste en París,
Gilber Imlay, un vividor que te dejó embarazada. Y que te dejó por una actriz
antes de nacer tu hija. Lloraste,
suplicando que volviera. ¿Por amor o por no ser una perdida ante los ojos de
esa estrecha sociedad? No creo que eso te importara mucho. El caso es que con
37 años te casaste con Willian Godwin, escritor como tú y te dio la hija que expandió tu legado y que
ella misma era tu continuidad: Mary Shelley, creadora de Frankestein. Un libro que marcó un nuevo estilo en la literatura. Pero
no pudiste verlo, ni disfrutar de la inteligencia de tu hija, hubieras estado
orgullosa, la vida es así. En solo diez días de su nacimiento, te fuiste por
una infección. Fiebre puerperal le dicen.
Tu marido desconsolado, por
hacerte un homenaje publicó toda tu obra, pero no corrían buenos tiempos para
las mujeres, y menos feministas libres e independientes. Se desvalorizó tu
obra. Llegaste a ser una inmoral loca y ridícula. Finalmente, el trabajo de los
historiadores seleccionó personajes ilustres: filósofos, matemáticos,
escritores, pintores, para que formaran parte de sus libros. En esa selección
no entrabas tú. No entraba ninguna. ¡Mal ejemplo para las chicas¡
Pero no para tu hija, en cuya cabeza
bullían las mismas pautas que marcaron tu vida.
Ahora Mary Wallstonecraft, eres
uno de los pilares del feminismo, se reconoce tu obra y tu lucha, las cosas
están cambiando…pero muy poco a poco.
Te gustaría saber que una de tus
afirmaciones es emblema de todas las personas que luchamos por la igualdad de
sexos:
No deseo que las mujeres tengan poder
sobre los hombres, sino sobre sí mismas.”
Espero escribirte la próxima
con buenas noticias. Gracias por todo.
Antonia Gómez Sousa